sábado, 11 de octubre de 2014

Luz


Una noche fría y estrellada. Rara, en todos los sentidos, al ser la primera noche helada de finales de agosto. El cielo cubierto de estrellas, brillantes, imposibles en medio de aquella ciudad llena de luces artificiales provenientes de farolas y locales nocturnos.

Salí a la calle, sólo para sentirme un poco más cerca de aquel infinito, de aquella negrura plagada de gotitas de rocío tintineantes que parecía querer absorberme y llevarme lejos de allí. Pero yo no brillaría como las demás luces en el cielo. Sería un hueco azabache más, esperando a que alguien me iluminara.

Entonces comencé a correr. No sabía por qué, pero se me había formado un nudo en el estómago, que me retorcía las entrañas. Sentí que me seguían, me espiaban, desde todas las sombras de aquella congelada ciudad. Me volví, y vi hombres con gabardinas que corrían detrás de mí. La sensación de pánico me inundó mientras aceleraba el paso.

Debí haberlo imaginado. No había sitio al que pudiera huir, no a esas alturas. Me encontrarían, me llevarían con ellos y continuarían realizándome los experimentos. Casi podía sentir el frío de la aguja en mi piel, hundiéndose y quitándome la conciencia mientras me conectaban a diferentes aparatos que hacían pitidos infernales. Llevándose mi vida, sumiéndome en la oscuridad que me consumía.

Doblé un recodo hacia la zona industrial y mal iluminada de la ciudad. El pensamiento de quitarme la vida antes de dejar que volvieran a encerrarme cruzó durante un segundo mi mente, pero en seguida lo deseché, yo no era tan valiente como para eso. No sería capaz, ni aun con las marcas de las esposas en mis manos, ni con el recuerdo de lo que le hicieron a ella.

Sentí la adrenalina que me impulsaba a correr más rápido, evitar el cansancio, y deseé que me hiciera más fuerte mentalmente, que deshiciera el bloqueo que tenía desde que conseguí escapar de sus instalaciones. Mi memoria era borrosa y apenas recordaba mi vida antes de ese lugar, mis padres, mis amigos… Todo era un vacío negro que no conseguía recuperar.

Tan sólo la recordaba a ella. Amie. Mi única luz.

Era preciosa, incluso sedada, desmejorada y con ojeras. Recuerdo sus rizos dorados y su pequeña cabeza contra mi pecho, cuando la consolaba en silencio después de las sesiones. No conocí a nadie más, y ahora sé porqué; querían que me encariñara con ella, que la viera como la hermana que no tenía o no recordaba, para poco a poco quitármela y sumirme en la desesperación. Porque cada día volvió siendo menos ella, y más una máquina, hasta que no volvió.

Cuando por fin pensé que los había despistado, que había sido más rápida, y más lista, yendo por una zona mal iluminada y por calles estrechas, llegué a una calle sin salida. Pensé en dar media vuelta y probar por otro sitio, cuando les oí. Sabían dónde estaba, y yo había agotado mi tiempo.

No tenía oscuridad que usar contra ellos. Llevaba tanto tiempo sedada, sometida y maltratada que había olvidado cómo usarla. No recordaba cómo había escapado de allí, y posiblemente, ni siquiera lo había hecho. Tenía la sensación de que todo era parte del experimento para seguir estudiando mi cerebro, darme la sensación de libertad para luego quitármela y ver si podía reaccionar a ello.

Pero sin mi oscuridad, ni siquiera era yo misma; no podía defenderme, ya no podía valerme por mi misma. Sólo era un vacío, inservible. No podría recuperar mis recuerdos, ni siquiera escapar.

Me pegué a la pared de la calle, derrotada, mientras los hombres se acercaban despacio, regodeándose de mi absoluto fracaso, alargando el momento, lo que solo hacía que me cabrease más. Me puse en guardia, decidida a romper un par de narices antes de que me inmovilizaran, cuando vi una ondulación extraña en el aire.

Me fijé en el punto raro, cambiante, a un palmo de mi cara, cuando lo vi. Dos ojos del color de la lava fundiéndose. Un chico de ojos rojos y pelo tan negro como aquella noche. Su sonrisa burlona. Su mano rodeó mi cintura, y la calle desapareció, desaparecieron los hombres con gabardinas y la noche fría y estrellada. Cerré los ojos con fuerza y me preparé para lo desconocido.

Pero no sentí miedo. Lo había visto, en el fondo de sus ojos, intentando ocultarse tras las llamas. Vi luz.

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