La niña de ojos dorados sonreía, asomada a la ventana de
una pequeña casa de las afueras de Londres, desde donde observaba el gran
descampado repleto de carpas. Era la primera vez que se sentía feliz en años,
desde que su padre les abandonó para unirse al gran circo ambulante de Balham
que ahora veía a lo lejos, y también para no separarse de la preciosa
funambulista principal.
Habían pasado ya varios años desde su marcha, pero la
niña no tenía ningún motivo para sonreír. Había tenido que madurar y cuidar de
su hermano pequeño, mientras su madre se dedicaba a la bebida y a esconderse
bajo las faldas de otros hombres, intentando olvidar el despecho y la pérdida.
Pero esa noche era diferente a todas las demás. Su madre
aún no había vuelto a casa, y no sabía si lo haría, así que todo estaba sumido
en un profundo silencio, roto a veces por los suspiros de su hermano al dormir.
Esa noche, era su cumpleaños, y por primera vez, lo pasaba en casa y no
mendigando en las oscuras calles.
Recordó la promesa que le había hecho su padre antes de
marcharse, que regresaría cuando cumpliese dieciséis y se los llevaría, lejos
de las sucias calles de Londres, y lejos de la mujer que les maltrataba.
La chica continuó observando el gran circo desde su
ventana, lleno de luces, de colores y de vida. Su padre vendría y les salvaría
de una vida miserable. Le había perdonado por abandonarles a su suerte hacía
mucho tiempo, y su única esperanza era marcharse con él.
De repente, su hermano comenzó a gemir, dentro de las
pesadillas que le atormentaban cada noche. La chica se acercó y le besó en la
frente, intentando tranquilizarle.
- - Estoy
aquí, Will, soy yo, Ava – le susurró mientras le daba la mano sudorosa e
intentaba despertarle. – No voy a dejar que te ocurra nada.
Will se relajó y volvió a sumirse en un sueño profundo.
La chica suspiró, intranquila, y se dirigió hacia la puerta. Había tomado una
decisión. No iba a dejar que su hermano siguiera sufriendo las mismas
pesadillas cada noche, en las que su madre llegaba borracha y le pegaba porque
se parecía demasiado a su padre. Muchas noches, las pesadillas se volvían
realidad.
La joven se puso una capucha y salió de casa, asustada
por la oscuridad y los ruidos extraños de las calles vacías de la ciudad.
Comenzó a andar con paso ligero, pero un miedo visceral se implantó en ella y
terminó corriendo hasta llegar al gran descampado donde encontraría su
salvación.
Se chocó contra un hombre a medio camino y ambos cayeron
al suelo.
- Eres
una torpe y una inútil – dijo el hombre, que la levantó y le quitó la capucha.
Con la luz de la luna, ella veía embelesada sus ojos, de color oro líquido,
brillar por la rabia. – Apártate de mi camino si no quieres ser la próxima
víctima de esta apestosa ciudad.
Ava cayó de rodillas al suelo cuando el hombre desapareció.
A pesar de todos los años pasados, nunca podría olvidar esos ojos, tan
parecidos a los suyos. Era él, y no la había reconocido.
Unas gruesas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas,
pero se disiparon cuando se dio cuenta de que había algo en el suelo. Su padre
había perdido la cartera al caerse. Ava la abrió y descubrió un fajo de
billetes y un billete de tren a Brighton para la mañana siguiente. Su padre no
la recordaba ni a ella, ni su promesa, y se marcharía en unas pocas horas. No
volvería a verle.
Ava deshizo el camino a casa lo más rápido que pudo y
despertó a Will. Su madre no había vuelto aun, y Ava lo consideró una señal del
destino. Hicieron la maleta con sus escasas pertenencias y se dirigieron sin
demora a la estación de trenes, comprando dos billetes sin vuelta a la ciudad
más alejada del mapa con el dinero recién encontrado.
Justo antes de marcharse, Ava no pudo contener un último
pensamiento: ‘Al final, padre, conseguiste cumplir tu promesa’.
Retos: Incluir las palabras ''Circo'' y ''Beso''
Retos: Incluir las palabras ''Circo'' y ''Beso''
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